Episodio 3: “Date por muerta”, por Ariana Harwicz
Diarios - Mayo/Junio 2020 - Del otro lado de la puerta
Diarios - Mayo/Junio 2020 - Del otro lado de la puerta
Ahora que los adultos mayores como “grupo de riesgo” aparecen en el primer plano de todos los discursos, la pregunta por la vejez adquiere dimensiones fantásticas. ¿Cuándo se deja de ser joven? ¿Qué día y en qué parte del cuerpo? La vejez es el fruto de una imaginación que nos espera lejos, siempre allí, adelante.
Mis ojos revolotean como una libélula. Era inocente en esos paseos en los que masticaba la vejez, era tan inocente en el desorden de los veranos y de los colores en el cielo. Qué día es, que hijo es, qué madre es. Ya sé lo que se viene. El día empieza una y otra vez y da una ilusión espectral. Un scherzo de Chopin. En esas tardes dábamos vueltas, de cada mano un hijo y era una falsa vieja como otras que pasaban con el cuero encorvado mientras ellos corrían bajo el puente o se quemaban los brazos. Mientras los subía a que vieran gallinas acaloradas entre maíces y cáscaras. Eran gallinas viejas, casi palmadas, insoladas bajo un árbol. Mientras tiraban piedras a las piedras o atrapaban lagartijas. La casa en la oscuridad con tres chihuahuas de testigos y dos lunáticos en short y medias altas, pucho en mano. Esas tardes los tres sentados en la fuente esperando a que pasaran los patos empujados en la corriente. Me veía vieja. El público expectante durante dos décadas. Yo fugada. El mundo jadeando. Después, el silencio ante movimientos lentos. Dos veteranos subiendo al ring. Dos amantes encontrándose en la estación de tren. El mismo parking, el mismo hotel. Los mismos pasillos alfombrados, el mismo espejo curvo y el papel de lana sobre la pared. El conserje muerto pero otro de cara larga que hace del hijo lo reemplaza. Los hijos vistiendo lentos los pantalones y mocasines de los padres. Pero un día llega, como hay que dejar la habitación de hotel y deshacerse de las sábanas, deshacerse del agua embarrada de espuma de la bañadera. Un día llega como montan un tribunal revolucionario y estás ahí frente al complot, la horca te espera, sos inocente, la horca está ahí flameando, las pruebas caen con la velocidad de puertas que se abren y cierran por un huracán. Un día llega. Lo anterior era un simple error. Lo anterior a la vejez ese preludio insano. ¿Cuándo termina la juventud? En los viñedos vistos desde esa ventana de la cocina. Recuerdo la ventana de esa cocina. Los días vividos en la mente de otro. Las vidas en las mentes de otros. Los acueductos y los enfermos en las casas asistidos con oxígeno. Recuerdo esos días del virus como una parálisis, allá estaba yo, lindada, petrificada en mi silla de mimbre. Allá estaba yo detrás de la línea de demarcación. Las ambulancias, las camillas, la falta de aire en la boca. Acá estoy muchos años después en otro confinamiento. Una colisión de helicópteros en una misión en un juego de aventuras en el norte argentino, pero ya está y todo relato se va, toda medalla, toda condecoración, todos los trofeos y los hijos alzados. Algunos ya hicieron todo, ya le dieron lo que hay que darle al mundo y tienen pocos años y le entregaron más que un puñado de fotos. Y en cambio otros longevos sin darle al mundo ni un mísero fulgor. El tipo acababa de tener mellizas, tenía 35 años, linda edad y un pequeño cáncer lo hizo terminar en pocos meses en un cajón para niños o anoréxicos, un cajoncito más barato porque es mínimo. O la madre, le está dando el pecho, el bebé acaba de nacer, la madre cae, nunca lo conoce, nunca nada con él y el bebé, nunca nada con la madre. Bienvenido al mundo, tu mamá murió dándote de comer, y se vacía su placard, se vacía su biblioteca, sus chucherías, sus llaveros con nombre de playa, todo se resume a ese susto de chucherías, y los perros al borde de un paragolpes o en una escalinata de hospital de la periferia esperando al amo hasta sucumbir. Los elefantes intentando levantar con la trompa el cadáver, los terneros buscando a la madre en el matadero sin resignarse. Ese griterío de buscar a la madre en el matadero hasta último momento. Y qué olorosos somos nosotros escuchando Stravinsky y Sinatra en los autos y los black Friday. Mejor tomarse unas cuantas botellas de malta por día, tomar solos, los autos chocados descargando sus botellas en los containers del acueducto. Qué sucios nosotros envejeciendo. Ir a buscar la sombra, ir a buscar sombra a la tarde y pasar el día viendo peces hacia arriba y gallinas cargadas de huevos. Pero nunca pegué al bebé con cinta scotch a la pared, no los hice chocar uno contra el otro para explotarlos, nunca les até los pies o les salté encima y eso qué. Nadie nos felicita por las muertes que no hicimos. Nadie felicita a un cuerpo que no se tentó de aniquilar al vecino moroso o al policía retirado con un agujero de bala en el pecho. La vejez llega sin laureles. Ya estoy acá, ya llegó el día, estoy recostada en mi pequeña cama, repaso mi biografía: amar odiar amar odiar, no hay ninguna partida más que hacer. Todas las veces que hubiera podido amar y odiar fueron tachadas. Ya no hay más ni fichas, ni estampidos para el arco, ni guantes de boxeo ensangrentados, no quedan cápsulas, envolturas, estuches. No quedan coartadas. Y mientras tiran a los homosexuales de los inmuebles vacíos en Kabul estoy recostada como una diva en bata de seda en mi casona. Algunos soldados alemanes vienen a darme obsequios, ya no besos, la ciudad ocupada, las personas bajo influencia prefieren cualquier tortura antes que tener que salir. Las ratas lo contaminan todo, la gente alucina ratas en el aire y en sus platos. Hacia atrás son todas vidas iguales. Los casados con la pequeña familia pero por las tardes-noches sacarse el anillo en el auto y caminar entre árboles descomunales buscando compañía. O la escena post muerte de los padres en el sótano o la compradora compulsiva que endeuda a toda la familia comprando una colección entera de Dodge en miniatura o de delfines por 17 mil euros. O descubrís que tus padres en vida fueron fraudulentos también y tienen deudas, prontuario, otras familias escondidas en localidad a la que nunca fuiste. Todos vivimos dos vidas, una y el reverso, todos somos ese NN el día final. Todos tenemos una familia oculta. Todo el mundo, yo ahora, indeseable como Alain Delon, un enorme sentimiento de error. Brigitte Bardot ya no en este siglo. Las grandes promesas reducidas. Ya estoy de vuelta atracada. Como entrar al agua a una hora avanzada y después de sumergirte dar la vuelta completa, no ver. Para ningún lado, das la vuelta entera, o crees que estás dando la vuelta entera. No sabes dónde está la orilla, no sabés dónde está la arena, no sabés dónde están las escolleras, ni la otra costa. Das media vuelta, das dos vueltas das tres los pies girando. Todo negro, ningún indicio. Te das por ahogada, como una bañista dejada de lado en el mar durante el paseo con la lancha de turistas. Te rodean tiburones, baja el sol hasta el nivel del agua, te das por comida. Todo negro, todo el miedo concentrado ahí, eso es la vejez, era esto.
Ariana Harwicz nació en Buenos Aires en 1977. Es una de las figuras más radicales de la literatura argentina contemporánea, con una prosa caracterizada por la violencia, el erotismo, la ironía y la crítica directa de los clichés que rodean las nociones de la familia y las relaciones convencionales. Su primera novela, Matate, amor (2012) fue publicada en inglés en 2017 bajo el título Die, My Love y fue preseleccionada para el Premio República de la Conciencia 2018, nominada para el Primer Premio del Libro en el EIBF 2017, la lista larga para el Man Booker International 2018 y BTBA 2020. Escribió tres novelas en una “trilogía involuntaria” sobre la maternidad y la pasión, Matate, amor, La débil mental y Precoz, editadas por Mardulce en Argentina y otras ediciones en Latinoamérica. Su cuarta novela, Degenerado, fue publicada por Anagrama en 2019. Sus novelas fueron adaptadas al teatro en Argentina, Israel y Ecuador. Sus relatos aparecieron en medios como Granta, Letras Libres, Babelia, y The White Review, entre otros. Sus libros fueron traducidos a quince idiomas, entre ellos inglés, alemán, italiano, francés, portugués, árabe, hebreo, turco, rumano, griego y polaco. Ariana Harwicz vive en el campo en Francia desde 2007.
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