Cartografía patria

El Centro Cultural Kirchner y el Archivo General de la Nación conmemoran el 9 de julio con una nueva muestra virtual de Archivos Compartidos. La mapoteca del AGN se abre al público, presentando una serie de cartografías inéditas que conforman un retrato del proceso de consolidación del territorio nacional. El historiador Javier Trímboli analiza los mapas en relación al proceso histórico que consolidó el espacio que hoy reconocemos como nacional.
Sobre la necesidad incluso imperiosa de los mapas
Independencia y cartografías, por Javier Trímboli

En el “archivo argentino” que nos gusta imaginar los mapas son piezas imprescindibles. Traen noticias de imaginaciones desatadas que pretendieron acomodar la realidad a sus apetitos, a sus fabulaciones también. Imaginaciones poderosas, con la fuerza suficiente para cristalizar en cartografías que sostienen la promesa de que quien cuenta con ellas logrará por lo pronto orientarse. Dibujos y colores; líneas y letras.
Si hay comunidad política –y cada 9 de julio, con la declaración de la independencia se conmemora la decisión que la funda–, si hay también Estado, es inevitable que haya mapas. Porque se trata de una forma definida de mostrar quiénes están y quiénes no son parte. Postulan un “nosotros”. Conjugan, nunca de cualquier forma –nunca de una sola forma–, la realidad con lo que de ella se pretende, con un grado de idealidad. La comunidad política a través de la cartografía se imagina.

Estremecen los mapas porque en su variación e inestabilidad se escucha el crujir de la experiencia argentina. En estos que presentamos y pertenecen al AGN –con ellos los seleccionamos–, el estremecimiento ocurre al leer la palabra “infieles” –o “región por donde vagan naciones gentiles”–, al prestar atención a que a vastísimos territorios se los llama “desierto” o cuando sobresale la referencia a los diferendos limítrofes con Chile. Los mapas anunciaron y prepararon campos de batalla, incluso exterminios. Fueron a la vez su consecuencia.

Pero los mapas también conmueven porque dejan ver otras territorialidades posibles, recuerdan la contingencia, lo mucho que varía y que, por lo tanto, seguirá variando. Dislocan las continuidades fáciles y delatan que la comunidad política pudo ser otra.
Nunca un mapa es una huella de lo real, siempre es una interpretación. Los quiebres y requiebres de nuestra comunidad política han hecho que afloren mapas contradictorios. Vale preguntarse, no obstante, dónde están los mapas que de sus tierras tenían los indios, en sus cabezas o ya trazados sobre el papel. O cómo serían los mapas que San Martín –o Güemes o Belgrano, los tres rondaron de cerca al Congreso de Tucumán– proyectaba de la comunidad por venir.

Desde hace por lo menos cuatro o cinco décadas que se sospecha de los mapas. Sin estridencias, sin picotas, aunque lo cierto es que su presencia se volvió menos segura. Como si ya no fuera su orientación lo que precisáramos. Cuatro o cinco décadas atrás era difícil de imaginar un aula sin un mapa, incluso cuando el aula por su pobreza se pareciera poco a lo que convencionalmente imaginamos como tal. Hoy están más cerca del recuerdo y del cariño que éste cada tanto despierta que de cualquier otra cosa.

Es que el mapa implica poder, escritura –trazos, dibujos– y coloraciones que se vuelcan en el papel en pos de abrazar –y controlar– un territorio y lo que allí ocurre. En el mapa hay obsesión, hambre de saber, combinación de grandes perspectivas con detalles. Marca límites, diferencias. Pretende representarlo todo y no le teme a la injusticia que es constitutiva de toda representación. La desconoce incluso. El mapa es alucinatorio, paranoico.

En la globalización, como fenómeno que nos aprieta, se quiere imponer la impresión de que ya no se trata de apuntalar independencias, sino de alcanzar “soluciones globales”. Las decisiones serían “aéreas”, ya desligadas de cuerpos y territorios precisos, que las hagan suyas. En un mundo cada vez más interdependiente, así se nos dice, con flujos comerciales –granos, información, autos, turistas, etc.– que hasta anteayer no hacían más que acelerarse, la independencia, con su aliada entrañable que es la soberanía, pasó a ser una antigualla. Y la interdependencia suena, o se sueña, neutra, por definición equilibrada.
En la globalización los mapas se vuelven otra cosa y parecen quedar en manos de los satélites y de Google. Postergan a la imaginación política, de uno y de otro signo, de cualquier signo.

Quienes seguimos precisando de patria, deseamos nuevos mapas. Y también a los viejos.
Para ver más mapas: https://www.argentina.gob.ar/interior/archivo-general/cartografia-historica
Javier Trímboli es historiador, docente y escritor. Dirigió el Archivo Histórico RTA (Prisma). Su más reciente libro es Lo sublunar: entre el kirchnerismo y la revolución (2019).
Conseguí tu entrada