Miguel Santucho
En el marco del proyecto Pensando en las infancias: Experiencias y recorridos, que une al Centro Cultural Kirchner con Abuelas de Plaza de Mayo, integrantes de la agrupación cuyas madres fueron desaparecidas durante la última dictadura militar ofrecen los testimonios de su niñez. Aquí, el testimonio de Miguel Santucho.
El primer recuerdo de mi infancia es la noche en que llegamos a México DF. Tenía cinco años, en mi cuadra había todas casas iguales y muchos chicos, jugábamos juntos en la vereda a pesar de la diferencia de edad, por lo general a la pelota. Otro de los juegos que hacíamos era imaginar nuestro grupo como una sociedad y repartir los cargos por edad, lo más grandes tenían los puestos más importantes. Yo era el más chico y me nombraron policía. No protesté. Luego hubo años de muchos cambios, nos mudábamos seguido, estuvimos en España y finalmente en Italia. El primer invierno en la casa de mis abuelos, en el norte de Italia, me regaló sensaciones únicas, como las grandes nevadas y el olor a focaccia recién horneada que salía todas las mañanas de la panadería del pueblo. A pesar de que nos establecimos en Roma, todos los años volvíamos a ese pueblito llamado Monforte D’Alba, que fue uno de los lugares donde me sentí más feliz. Las navidades con nieve, las grandes comilonas, el reencuentro familiar y el cariño de mis abuelos. Además, ya había dejado de ser el más chico. Rápidamente se sumó otro lugar donde transcurrí momentos inolvidables, el sur de Italia, donde esos mismos abuelos tenían un emprendimiento turístico. Esperaba con ansia el fin del colegio para poder instalarme cerca de la playa, entre olivos y pinos mediterráneos. En esa época eran memorables los campeonatos de ping pong con mi hermano, un poco menos épicos fueron los partidos de tenis donde Cami me daba una paliza tras otra. La playa era hermosa también, pero yo no la disfrutaba tanto, era muy blanquito y el sol me lastimaba, más de una vez recuerdo haber tenido que entrar al agua con remera. Lo lindo de esos largos meses de verano era que cada quincena tenía un grupo de turistas distintos, las banditas se iban armando y desarmando, pero yo siempre estaba. Me sentía un privilegiado y creo que realmente lo fui. Otro punto bien alto de los veranos en Peschici era la comida: la mozzarella fresca, los tomates secos, la pizza y el tiramisú casero, además de todas las comidas a base de frutos del mar que eran exquisitas y variadas en ese pueblo de pescadores. Alrededor de los diez años volví por primera vez a mi país natal, la Argentina. El reencuentro con mi abuela materna, enterarme de su búsqueda en Abuelas de Plaza de Mayo, que era también mi búsqueda, y el primer partido en la Bombonera fueron los eventos que me impactaron más. También recuerdo un par de grandes asados familiares donde todos esos desconocidos con los que compartía el apellido, decían ser mi familia. Un hito de mi infancia fue el mundial del ’86, por primera y única vez mi abuela materna y mi tío habían venido desde Argentina para pasar las vacaciones con nosotros en la playa, esa localidad estaba llena de turistas alemanes y grande fue su sorpresa cuando al primer gol argentino le siguió el festejo desaforado de nuestro pequeño clan en el que sobresalía la figura imponente de mi tío Jorge, de casi dos metros y aproximadamente 140 kilos. Me sentí seguro, grité mi argentinidad a los cuatro vientos y recuerdo que el clima festivo duró todo el resto de las vacaciones. Después de aquella vez pasaron años sin volver a ver a mi abuela, pero siempre que llegaba alguien de Argentina los alfajores Havanna que nos enviaba estaban ahí para recordar su cariño y mi pertenencia. En Roma me costó un poco adaptarme, venía de años cambiando colegios, ciudades, países y ya me sentía cansado de hacer amigos que no durasen. Recuerdo el primer cumpleaños que hice en la escuela nueva, estaba en cuarto grado y habían pasado recién dos meses del inicio de las clases. De todos los compañeros que habían sido invitados solo unos pocos accedieron, sobró comida y faltó diversión. Poco a poco fui perdiendo la inocencia, me di cuenta de que la mayoría no sabía pronunciar mi nombre y de que mi papá hablaba mal italiano, que se notaba que era extranjero. Me di cuenta de que a pesar de mis vacaciones de ensueño no teníamos mucha plata y de que la mayoría de mis amigos tenían más. Me di cuenta, de alguna manera, de que ese tampoco era mi lugar en el mundo y de que todos los caminos no conducían a Roma, al contrario, me iban a alejar de ella.
Acerca de Miguel Santucho
Miguel “Tano” Santucho es hijo de Julio Santucho y Cristina Navajas, militantes del PRT-ERP. Cristina fue secuestrada con dos meses de embarazo, junto a sus hijos Camilo y Miguel. Los niños fueron entregados a su familia y luego se encontraron con su papá en el exilio. Miguel volvió a la Argentina siendo adolescente, y desde entonces busca a su hermano o hermana nacido durante el cautiverio de su madre, que continúa desaparecida.
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