María Meleck Vivanco
Todavía la luz es un ciclo de poesía que, a partir de una figura poética argentina y las luces de un poema, abre un prisma creativo. La poesía ilumina nuestros mundos y se replica en todas las cosas.
El ciclo tiene como objetivos la visibilización de poetas fallecidos de todo el país cuyas obras han quedado agotadas o fuera del circuito del mercado del libro, y la puesta en relieve de textos críticos que funcionen como material de consulta permanente para el público general.
En la tercera entrega presentamos a la poeta cordobesa María Meleck Vivanco (1921-2010), quien integró el primer movimiento surrealista –liderado por Aldo Pellegrini junto a Francisco Madariaga, Carlos Latorre y Enrique Molina entre otros– y es considerada la primera poeta surrealista latinoamericana. El homenaje incluye una selección de sus textos y una evocación de su figura a cargo de Leticia Hernando.
Música original: Ani Bookx
Realización integral: Ana Cutuli
Fotografías: Héctor Cutuli, Ana Cutuli
Archivo de María Meleck Vivanco y relato sobre María: Juana Guariglia Vivanco
Compilación literaria: Dafne Pidemunt y Juan Fernando García
Del incendio al poema: María Meleck Vivanco
Por Leticia Hernando
Surrealista romántica, indignación del mundo, voz vernácula, exuberante, mística, rigor de la palabra, pedrada del azar, urgencia de la carne… Todas estas aproximaciones la nombran y no. Sobre su propio quehacer escribió: Al servicio del sueño, busco una sombra de arboleda antigua Me persiguen palabras ondulantes en estado de gracia, armadas con municiones de ternura… Y también: Asesorada por el viento, retirarme al futuro Cumplir la poesía.
A María Meleck la conocí a finales de los noventa en un bar donde íbamos a leer y pronto la adopté como mi “abuelita surrealista”, irreverente ella, tan de improperios y obscenidades adentro, yo, entonces, una piba díscola con los bolsillos llenos de poemas. Durante los años que viví en Ramos Mejía caminé cotidianamente las 15 cuadras que me acercaban a su casa, más tarde sería el tren al oeste. Su hogar de dimensiones mínimas estaba siempre lleno de poetxs jóvenes que íbamos a tropezar con la Poesía, la puerta siempre abierta de tantos que éramos. Su casa, como vuelca en alguno de sus poemas, era un caldero de niños desvelados probándose corazones.
Gustaba de la belleza y las búsquedas serias, se impacientaba ante todo lo que no tuviera la intensidad de la palabra necesaria. Nos pedía que le leyéramos nuestros tanteos que escuchaba con una atención profunda y generosa como si no existiera otro alimento. Quería saber los nuevos caminos de la poesía. Cuando veía que nosotres, les jóvenes, nos cansábamos, intercalaba anécdotas con Olga Orozco, Enrique Molina, Aldo Pellegrini, Madariaga… O sacaba algún manuscrito, vigilando con atención los efectos que producía, corrigiendo eventualmente al vuelo mientras frotaba el paraíso como si fuera una lámpara. Noches en las que se desplegaba la poesía como si con ella se pudiera curar el mundo, poner orden en la niebla.
Y pensar que contamos con una sola epidermis para burlar tanta imprudencia, tanta gratuita llaga ardida, tanto cristal tumbado en primavera.
En una hermosa entrevista que se puede consultar en internet[1] dice: “Yo me considero una abstracta total (…) En mis últimos libros no usé puntuación ni la forma tradicional del poema, sino que utilicé cortes muy particulares empezando los versos con mayúsculas. Estaba en estado de rebelión con mi escritura y pretendía que el lector colocara más acertadamente las pausas”.
Estos poemas se caracterizan por tener dos tiempos bien marcados. Uno extenso, donde la escritura sigue un hilo férreo que desconfia de la voluntad (¿Has preguntado al sueño si quiere pertenecerte? ¿Y al aroma de nardos si prefiere tu imaginación?), y otro, breve, donde jugaba el azar, frases-imágenes que muchas veces sacaba de una bolsa y eran el cierre o contrapunto final del poema escrito, acertijos que eran la fotografía de la serpiente lúcida porque, aunque nos duela, lo real aparenta la irrealidad y las formas que atraviesan los ojos son extrañas recompensas del deseo.
Entre tanto hermoso misterio, el mundo es un incendio que devora y no deja de doler con la prole cobijada en un árbol de zinc en la tormenta… Y la pequeña larva de la utopía Se columpia inocente en el espasmo de las arenas movedizas. Dime a quién conoces en esta limusina de crueldades? y te diré quién eres porque nadie escapa en la guerra al cadáver violento del sonido Al fervoroso que recoge piedras como collar de ojos invasores.
Entonces, el sueño, el azar, el incendio… figuras que atraviesan toda su obra.
En el azar hay que distinguir dos momentos: el que es en potencia todo y el que sucede en concreto y sin retorno, aquel que con un golpe de dados hace desaparecer el corazón. Porque el azar decide con una misma y bella naturalidad, la alternancia de los naufragios y la floración de los junquillos.
En una danza carnavalesca atravesada por brujas, videntes, caballeros del orgasmo y payasos del infierno, se entra al lenguaje como a un jardín de las delicias, ese alimento que no deja de pudrirse mientras se incendia el mundo y en la pulpa de su goce florece la obscenidad de la injusticia tanto como el abrigo de las voces vernáculas. Esas las de la infancia, las del monte, las que le acercaron el canto del quechua y la poesía[2], y le hacen decir el centro de la voz es el oído de la tierra.
Ese lugar donde nació, Valle de San Javier, Córdoba, donde con 18 años fue la primera mujer afiliada al comunismo para luego venirse a Buenos Aires a seguir los pasos de la aventura surrealista, ahora está siendo arrasado por incendios intencionales. Estoy segura de que en este momento estaría alzando su voz.
[1] http://entrevistameleck.blogspot.com/
[2] “Mi encuentro con la poesía coincidió con las primeras impresiones de la naturaleza en mi ser. Huellas nítidas de un territorio fascinante, sensual, intenso, que fluía con sobresaltos, belleza despiadada y algunos terrores. Por ejemplo, la creciente avasallante e imprevista de los arroyos, el fantasmal deshojamiento de los árboles, los “botones de oro” alfombrando la superficie de las aguas, remolinos en transparentes remansos con flores muy extrañas que exigían de la niña su contemplación. En los despeñaderos, las tormentas con truenos de piedras que alucinaban mi fantasía. Los gusanos de seda que guardaba en cajas de zapatos y que perforaban con sus mariposas el capullo impoluto, haciendo inútil su comercialización. Las libélulas amarillas del alfalfar que yo tomaba y soltaba con mis dedos delicadamente, pero que en los laboratorios agonizaban en ataúdes de cuarzo. Sus frágiles cuerpos pinchados con alfileres sin que yo pudiera protegerlos, herían mi alma hasta la desesperación” (https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Diario/09_01_10.html). “Mi libro Taitacha Temblores, con lenguaje mezcla de castellano y quechua, no se editó, pero fue premiado con el Libro de Oro en Perú. Sus textos andan extraviados de aquí para allá, como desperdigados” (http://entrevistameleck.blogspot.com/).
María Meleck Vivanco
Selección de poemas
Sin nombrarme
Una gota de sangre nos endereza el espinazo Nos corroe como si fuéramos de espuma Nos convierte en saliva atravesada En juego opaco con vitrinas espléndidas
Por cucharadas, la vida obliga en sus angustias Corre la ficha de los huesos bajada al sótano sin habla A basuras pulcramente anegadas con millones de tilos invisibles
Una sola epidermis para burlar tanta imprudencia, tanta gratuita llaga ardida, tanto cristal tumbado en primavera
Las señas deshonestas del exterminio Los ramos de la encina con su frío, los galgos del destino amotinados, el corazón que yace en su intemperie, me saben alumbrada
Se entregan a mi nombre sin nombrarme
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Los trabajos sin luz
Esta limosna turbia del carnaval Tan inocente, que vuelve a saborear las últimas hipocresías del otoño En hilos simulados de caricia y entera red confiable En navegar la nada a torbellinos
Muchacha pequeñita disfrazada de loca su ley no la resguarda de los cuervos Sus trabajos sin luz, nadie los mira La belleza, como viuda del sueño, no resuelve su taquicardia de latidos Ese rumor de abejas delirantes que recorre el zodíaco
Celoso, ultramarino, regresa Dios con las primeras lluvias
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La luna de mísera
Vi el desamor Vi la estrella mortal caer sobre mi gozo su cuchillo de punta Invadí con mis branquias la fuente del deseo, dando vuelta un caldero de niños desvelados Y a través del dolor, bebí de un vino dulce, donde ardían promesas de parte de lo absurdo
Vi malabares que ofrecían la justicia bautizando con agua de llanto de usureros Me arrastre por la piel de los hombres sin tierra, en un ramo espectral orquestado de pájaros
Frotando el paraíso como si fuera una lámpara, me dije: mi niña consentida volverá a enamorarse Cuando se transparente una tregua de sangre Y la luna, de mísera, se cubra de retazos
Y ascendí como un ángel a excesivo prodigio
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Como poder Como pudor…
Como poder Como pudor Como derrumbe silencioso Como indigente salud de la boca Como coquetería para el oficio de la muerte Pretendo, una nueva velocidad en el regreso del amor
Debatiéndome con el abismo incierto del oscuro pronombre He descendido al vampiro lunar, en tremolina de lenguas usadas gozosamente Con la entreaborta consola de la carne, donde la mosca sensual trina su hartazgo
Ruego un aleteo, una respiración, un roce festivo al despertar El amante, arrojando señuelos dorados como si fueran fichas imantadas de placer
Y yo, la fugitiva, poderosa en su ternura y el testimonio de su orfandad, os hablaré de los nogales que solearon mi infancia
Aduladores consentidos de los dioses perversos
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Portador de miedos
Pido orden a la niebla
No me conformo con mi ánima Sus desiertos labios acarician la cuchara de café, y no tiemblan Su dulce lagrimal desvanece en un lejano rostro parecido a un naufragio Ya hornean los secretos sensuales del polen áspero de las prímulas Y el rencor envenena la siembra
A la distancia, un gesto indescifrable rueda miles de veces sobre el eje del tiempo Hasta gastar su propia savia, hasta pulir el mármol de sus ojos
Una mitad arrastra hojas mojadas con lluvias de saliva que ahogan las novias del festín desnudas alrededor de un espinillo Y la alcancía natal de remembranzas, con el sol trasnochado de la muerte, es mi presunta muerte
La aridez del páramo que va apagarse en un angosto sueño, tiene pestañas falsas de portador de miedos
Frente al mar agitado de una palabra virgen
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Donde el sigilo
I
¿Has preguntado al sueño si quiere pertenecerte? ¿Y al aroma de nardos si prefiere tu imaginación? ¿Y a los niños tristes si coleccionan talismanes cuando las urracas mueven los cuernos de la luna? ¿Si los genocidas son criaturas hipnóticas que nacieron en los umbrales de un desfondado paraíso?
Las sangrías luminosas interactúan con las premoniciones de los cuerpos Y arrastran el señorío de su pánico al regodeo del mar
Descalzos en la proa, los marineros del cardumen reparten amuletos irreales, moluscos y juguetes en delirios Fragmentan relicarios de mineral inquieto, en la ribera abandonada del placer
Y así comienzan los viajes imposibles A la hora cero de la impudicia
II
La música es en la desierta trama de su desolación
Cuando las meretrices se suicidan, la tempestad sonríe, hechizada por los resquicios de su sed
El cielo, con pulseras de vino, guarda bajo llave sus ojos Y el azar decide, con una misma y bella naturalidad, la alternancia de los naufragios y la floración de los junquillos
Si el purgatorio y sus lacayos, reclaman un violento perdón, el monte se bifurca en la mirada de los cuervos
Y el sigilo pasa veloz, llameante por los dinteles Y siempre se diluye
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Yo me digo…
Yo me digo que puedo Puedo, si de un relámpago ha brotado el abrazo Con mi arrogancia suave, puedo curar al mundo Con mis disparos de aventura entre palabras desoladas Mapas cárdenos e itinerarios imposibles Hormigueo de injusticia castigada en su siembra El lagrimal insatisfecho El diente soñador que roe las almendras Con el tatuaje enamorado donde se crían los dioses Con el zumbido animal de los cuerpos, la revancha de un desafío a cara o cruz Y por debajo del mar, un asteroide de fiebre líquida
Yo me digo que puedo Y en el insomnio, han tripulado mis pestañas
Penden de mí, los últimos ladridos de la noche
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El regazo
Imperdonable infancia:
Yo arriendo tu oro.
Tu paz.
Tu miel salvaje.
Tus simbólicas ramas bajo los aguaceros.
Reclamo
el sol poblado de terribles fragancias,
la fina arquitectura de mis mapas celestes.
Hoy estoy sola y sola.
Alta como la muerte.
Encaramada al borde del océano seco.
Hoy, en la lejanía
no consigo alejarte,
y ando sobre los ejes de arcilla y de silencio
sola, porque estoy sola.
Alta como la muerte.
En grises remolinos y entre bocas inmóviles.
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Rondas para Octavio
El niño quiere ser agua. El agua una rosa al mar.
La rosa blanca un relámpago. Y el relámpago no está.
El verano se empecina en ser un beso y jugar
con un ángel silencioso que nos viene a consolar.
Octavio quiere ser viento. El viento una hoguera más.
La hoguera quiere ser sangre. La sangre un poco de sal.
La ausencia quiere ser grillo. Grillo de la soledad.
El grillo un jazmín del aire que no acabe de aromar.
Octavio quiere ser alga y a nuestras manos llegar.
El alga un vaso de vino. El vino quiere llorar.
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La extinta mujer
Señor Múdame la piel con todos sus remiendos Airosa propiedad salvaje del que amo
Puntas de lanza, cascos y fragores en las arañas verdes y amarillos con salivar oscuro, que ocultan mis campanas
Soy el escarabajo hembra anónimo Los códigos me adeudan un amante Me adeudan besos libres y una ronda de pájaros que no puedan llorarse Me adeudan inagotables montes y ángeles en mitad del rocío Una suave chistera que para nadie sirve Mi antepasado hospicio El émbolo que dilata la sangre y la reparte en duendes
Por la ventana ciega de tu ombligo siento al organillero que revuelve la casa El dulce velador apila marionetas y libros Arrebatos de lluvia y conjuros que desvían los vientos Y junta mucho mucho miedo
Esta noche quisiera estar ausente Desarraigada Aturdida Ausente Extraviada en tu entorno Ser la extinta mujer sin compromisos
María Meleck Vivanco nació en 1921 en el Valle de San Javier, Córdoba, en el seno de una familia tradicional y fue la mayor de ocho hermanos. De espíritu indómito y de una imaginación que se desplegó gustosa en el paisaje de la “chunca”, fue estimulada por las lecturas de los románticos españoles hasta que se encontró con los surrealistas franceses, y (al decir de sus palabras) “se le complicó el monte”. Adolescente aún, se mudó a la Capital, su primer empleo fue de correctora de la editorial Abril y en la misma pensión de San Telmo donde paraba conoció a Enrique Molina y Olga Orozco; fue el principio de una amistad fraterna, de un transitar la bohemia de los años 40 en Buenos Aires y de una pasión literaria. En lo formal integró el primer movimiento surrealista, (1945-1955) liderado por Aldo Pellegrini (editor de la primera antología surrealista en Argentina) y junto a Francisco Madariaga, Carlos Latorre, Enrique Molina, Antonio Vazco, Julio Llinás y Alfonso Sola. Comenzó a editar muy tarde, en el 73. Los motivos son muchos pero simples: su condición de única mujer de un grupo veladamente machista, cierto bajo perfil para la gloria, y el abrazar otra pasión, la de la medicina física, que estudió profusamente durante más de una década, y a la que se dedicó toda su vida. María Meleck Vivanco, “Karim” (como la llamaban los poetas amigos), fue considerada la “primera poeta surrealista latinoamericana y la última poeta viva del primer movimiento surrealista”. Representó a la poesía argentina en el Tercer Congreso Latinoamericano de Mujeres Escritoras en la Universidad de Ottawa (Canadá, 1978). Fue invitada al Congreso Internacional del Surrealismo en el 3er Milenio, Roma (Italia, 1999) y su obra ha sido traducida al italiano, al inglés y al portugués. Falleció el 8 de noviembre de 2010 en Maldonado, Uruguay.
Leticia Hernando nació en Buenos Aires en 1976. Es poeta, editora y traductora. Publicó La alegría del desarreglo (2005), Loba de sueño rosa (2020), Prosas del desbarranco (2012), Todo lo que calla el que canta (2015) y Pianistas en estrépito y fuga (2016). Participó de diversas antologías. Es coeditora en La mariposa y la iguana. Se encuentra desarrollando, también, el proyecto de editorial-objeto de libros de origami La iguana de papel.
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