Episodio 2: “¿Dónde está mi cuerpo?”, por Manuel Hermelo
Segunda entrega de su Diario “El Hombre Tela. Crónica de un contagio”
Segunda entrega de su Diario “El Hombre Tela. Crónica de un contagio”
Estar en la cama de un sanatorio como en una catedral y estar adentro de propio cuerpo como si fuera una casa. Los días del contagiado se vuelven cada vez más extraños. Alguien dice que llegó la hora de dormir.
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Te piden que te hagas una tomografía y te llevan en camilla por todo el laberinto de pasillos. Ya estuviste en ese lugar. Le apodaste La Catedral. Cuando entrás en La Catedral y empieza a funcionar el tomógrafo- básicamente una camilla que tracciona por un riel que se adentra en distintos anillos- escuchas una grabación en español neutro que dice “ahora no respire, retenga el aire” y, después de un tiempo no tan corto, “ahora respire normal”. La primera vez no entendías bien lo que decía y hacías cualquier cosa. Pero ahora distinguís perfectamente las dos oraciones. Te están haciendo una tomografía de contraste inyectándote la tinta de manera intravenosa. El técnico de la tomografía hace algo mal y tu brazo se empieza a hinchar. Tus brazos ya estaban deformes por todos los pinchazos que recibías cada día, y ahora encima tenés el brazo derecho hinchado como si te hubieran pegado un brazo de otra persona. Viene una enfermera, te coloca otra vía en el brazo sano y te dice que es normal que pase eso, que no te preocupes. Pero vos estás furioso con el técnico de la tomografía. Lo odiás y odiás La Catedral.
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Mi cuerpo es un queso gruyere.
En el libro 58 indicios del cuerpo, Jean Luc Nancy desarrolla distintas instancias del cuerpo en relación al alma y sobre todo en relación al propio cuerpo, al que asigna una centralidad conceptual. Cada indicio está numerado, del uno al cincuenta y ocho. El indicio uno dice por ejemplo:
El cuerpo es material. Es denso. Es impenetrable. Si se lo penetra, se lo disloca, se lo agujerea, se lo desgarra.
Ya de entrada hacés agua con el primer indicio. Tu cuerpo está completamente dislocado. No es denso sino materia porosa. No es impenetrable, está totalmente penetrado, agujereado, perforado, taladrado, atravesado, horadado, acribillado, traspasado. Tu cuerpo es un remolino de cables, sin contorno, un paisaje lunar. Tenés una cánula que va del pito a una bolsa con la orina, la manguera para el suero, la vía donde está la aguja intravenosa de la que se ramifican las diferentes cánulas, la sonda nasogástrica, la cánula para la respiración, los electrodos pegados en tu cuerpo, el cable atado a uno de tus dedos para medir la saturación del oxígeno, todos los días te sacan sangre, a veces varias veces y de distintos lugares. Tu cuerpo no es un cuerpo material. Es un cuerpo doblado sobre sí mismo, sometido a las incisiones. Un cuerpo desgarrado.
El cuerpo se abisma.
Con el indicio 52 ya te sentís más afín:
El cuerpo va por espasmos, contracciones y distensiones, pliegues, despliegues, anudamientos y desenlaces, torsiones, sobresaltos, hipos, descargas eléctricas, distensiones, contracciones, estremecimientos, sacudidas, temblores, horripilaciones, erecciones, náuseas, convulsiones. Cuerpo que se eleva, se abisma, se abre, se agrieta y se agujerea, se dispersa, se echa, salpica y se pudre o sangra, moja y seca o supura, gruñe, gime, agoniza, cruje y suspira.
Ahora tu cara está morada como una fresa, ahora es amarilla como la orina, ahora es verde como un insecto, ahora es blanca como una receta, ahora es azul como un enfermo, ahora es naranja como el Merthiolate, ahora es gris como una ventana sucia.
Cuando el cuerpo no habla.
El indicio 11 dice:
Los dientes son los barrotes del tragaluz de la prisión. El alma se escapa por la boca en palabras. Pero las palabras son todavía efluvios del cuerpo, emanaciones, pliegues ligeros del aire salido de los pulmones y calentado por el cuerpo
Entra una enfermera y le querés decir que necesitás que te humedezca un poco la boca. Como no tomás líquido la tenés muy seca. No podés hablar porque tenés la cánula nasal de oxígeno y no tenés fuerza para hablar. Gesticulás, pero no se te entiende. Empezás a hacer palabras con los dedos, como ese viejo juego que jugabas de chico. Dibujar en el aire letra por letra. La enfermera prueba las palabras. No hay ninguna que pueda entender. O vos sos muy mal dibujante o ella es muy mala traductora o las dos cosas a la vez. No te das por vencido, hacés el gesto de que querés un lápiz. Te dice que ella no tiene, que va a preguntar si alguien tiene alguno. Nunca más vuelve. Te acordás de la película La escafandra y la mariposa. Él tenía un único órgano activo, solo podía mover un ojo, el resto de su cuerpo estaba paralizado. Pero solo con eso hizo un alfabeto y escribió un libro. En cambio vos, aunque te quejes mucho de tu estado, tenés mucho más y no podés construir ni siquiera un manojo de oraciones.
“Mi casa es mi cuerpo”, le decís a una enfermera.
Se ríe y te toca el hombro.
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Estás haciendo una representación. Sos un actor. Se trata de una puesta en abismo, teatro dentro del teatro, como en Hamlet. Hace un poco más de un año tu padre murió y vos ibas regularmente a verlo al hospital. Veías las mismas escenas que ahora vos estás representando. El gesto de interioridad, el brazo hinchado, los pinchazos, las cánulas, el papagayo, el cuerpo yaciente, el oxígeno, la cama como centro del universo. Cuando muere un padre uno descubre que lo que queda es la propia muerte. Y entonces uno se empieza a preparar. Tal vez lleve años hacerlo, o nunca lo logres, pero el que sigue sos vos. Y ahora , justo ahora, en este segundo que es puro presente, representás la muerte de tu padre. Esto no lo pensaste cuando estabas en el hospital, lo pensás ahora, mientras escribís. La escritura completa a veces los agujeros negros que tiene la experiencia. Esos islotes opacos que están cargados de sentido y que la oralidad refracta, pero que salen a la luz en el ejercicio de escribir. Eso se llama traer a la verdad: aletheia, descocultar, sacar del olvido.
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No recordás bien cuándo te dijeron que te iban a dormir, pero te lo dijeron. Le escribís a tu hermana: “me van a dormir para que funcionen mejor los pulmones”. Parece un mensaje casual, como los otros mensajes que enviás diariamente, pero ahora casi sin darte cuenta mandás ese. Del otro lado se agita el avispero, desde tu lado te vas a dormir sin saber hacia dónde vas. ¿Será lo mismo que la anestesia, una nieve blanca?, ¿será como los sueños, imágenes dislocadas y volátiles?
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Acá donde estoy no existe la nieve. No hay montañas ni valles. En realidad no se ve ningún paisaje. No hay perspectiva, solo existen el Yo y la envoltura.
Ante todo soy una tela. El Hombre Tela, el Hombre Babero, el Hombre Carpa. Estoy encapuchado como un buzo y a veces siento como si tuviera algo en mi garganta. Me pregunto por qué adquirí esta forma. No se dónde estoy. No es un sueño lo que vivo, son micro-experiencias que vivo y vuelvo repetir. Esta tela dura blanca es la textura que une todas las imágenes que percibo. Una tela pegada a mi cuerpo que me atraviesa. Tengo una sequedad extrema como la de los caminantes del desierto.
A veces abro los ojos con mucho esfuerzo y veo el cuarto de hospital. Veo una manguera blanca iluminada por una luz negra. Es como una visión puntillista, hecha de pequeños átomos de colores, pero enseguida tengo que cerrar los ojos.
Después está la imagen profunda de lo oscuro y de la luz, apagones y encendidos. Se prenden las luces, estoy en un pesebre rodeado de enfermeros. Me dicen que me tienen que sacar una gota de agua que tengo en la nariz. Aprietan el fuelle de una manguera, me vienen arcadas. Me dicen que esté tranquilo, que todo va a estar bien. Vuelve la oscuridad. Se prende la luz, el pesebre, los enfermeros. Ahora dicen que me van a bañar, me bañan. ¿Porqué hacen eso? Vuelve la oscuridad. Se prende la luz. “Ahora te vamos a subir, te estás bajando de la camilla. Tenés que mantenerte arriba”. ¿Arriba de dónde? Lo oscuro. Se prende la luz. “Te vamos a poner de costado”. Oscuridad.
Una noche soñé que nadaba en un líquido amniótico, ¿Yo era la placenta? ¿Soñé eso porque me sentía tan seco? Miraba hacia afuera como a través de una ventana. Sentía que estaba en mi elemento.
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Llevás veintisiete días en el hospital y ocho días dormido en coma inducido. Esto no lo sabés ahora, pero lo vas saber cuando salgas del hospital y empieces a hacer cuentas y a preguntar. Te colocaron un tubo de plástico en la tráquea, tenés puesto un respirador artificial. Tuviste neumonía y una complicación en los pulmones. Llenaste todos los casilleros del COVID-19 que mencionan en las noticias. Cuando le digas a tu médico que te tocó el 20% de los casos difíciles y no el 80% de los leves, él te va responder que no es así la gradiente. Está el 80% de casos leves, el 15% de casos graves y un 5% de casos extremos, y vos estuviste en el 5% de los extremos. Esto no te lo dice ahora que estás durmiendo. Te lo va a decir mañana cuanto se vean y estés despierto. Vos te vas poner a llorar por primera vez, y él te va responder casi con dulzura “como dice Moria: si querés llorar, llorá”.
Manuel Hermelo es sociólogo, actor, y director de teatro. Fue uno de los fundadores y directores del grupo La Organización Negra. Entre sus obras destacan: Uorc.Teatro de operaciones (1986), La Tirolesa Obelisco (1989), Argumento (1991) y Almas examinadas (1992); algunas de estas obras fueron presentadas en Brasil, México, Alemania, Francia y Dinamarca. Con Alfredo Visciglio fue autor y director de La línea histórica (1994). Dirigió junto a Teresa Arijón: Nifoleptos: can, catástrofe, copia y C., (2016 y 2017) en el marco de La Luz Mala, ciclo organizado por Vivi Tellas en el Teatro Sarmiento. Es cofundador del sello editorial pato-en-la-cara. Es autor, con Teresa Arijón, de los libros El perro continuo (2007) y Teoría y práctica de la tragedia (2012). Con Teresa y Bárbara Belloc, publicó El ladrillo hueco (2019), un libro sobre la revolución rusa. Su último libro El hombre tela, fue publicado en 2021 por la editorial Mansalba.
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