Episodio 1: “La canción del miedo y los números”, por Mariana Enriquez
Diarios - Marzo/Abril 2020 - El miedo en todas partes
Diarios - Marzo/Abril 2020 - El miedo en todas partes
En el primero de los cuatro episodios de su autoría, Mariana Enriquez explora las formas mutantes de los terrores individuales y colectivos bajo los efectos de la pandemia y el aislamiento: el poder de sugestión que adquieren lo números, el regreso de una vieja canción, la oscuridad de la precisión y el hondo pozo de las estadísticas.
“Asesinato por números. Uno, dos, tres. Es tan fácil de aprender como el abecedario”.
Hace varios días me encuentro con esta frase en la cabeza. Es la letra de una canción, “Murder By Numbers”, de The Police. No soy fan de The Police y jamás escucho a la banda voluntariamente; cuando era niña, sin embargo, me compré algunos de sus cassettes (estoy hablando de la primera mitad de los años ‘80) porque era una de las bandas del momento y a mí no me gustaba la música “para chicos” a los diez u once años. “Murder By Numbers” estaba en el cassette de Synchronicity, el disco que The Police editó en 1983; lo pedí para un cumpleaños por “Cada vez que respiras” (“Every Breath You Take”), esa canción siniestra y obsesiva que suele confundirse con la serenata devocional de un enamorado. “Murder by numbers. One two three. It’s as easy to learn as your ABC”. Hay varias versiones sobre de qué se trata la canción. Parece, en una primera escucha, sobre asesinos seriales, pero Sting alguna vez dijo que reflexiona de forma retorcida sobre el poder de sugestión que tiene lo masivo sobre los espectadores. Synchronicity es un disco oscuro y extraño, atravesado por los temas del control, la vigilancia, la perversión y las obsesiones. Sting leía a Koestler y Jung por aquellos años, Gran Bretaña estaba en guerra con Argentina y la banda grababa en la isla de Montserrat que, meses después, sería devastada por la erupción de un volcán.
The Police se separó siete meses después de editado el disco, el más exitoso de la banda; el teleevangelista Jimmy Swaggart dijo que esa canción, la del asesinato por números, la había escrito el Diablo.
No me acuerdo del resto de la canción: lo que recuerdo, 1, 2, 3, fácil como el abecedario, es el estribillo. Y es un recuerdo muy viejo porque, insisto, no escucho la canción desde la niñez y no la revisité estos días. Pero me persigue con insistencia voraz y no abandona mi cabeza ni en la ducha ni en el desayuno ni en la cola del supermercado ni cuando chateo. No es un secreto cómo llegó desde el pasado y se instaló como la humedad en los cimientos, como un hongo imbatible.
Hace días, meses para los que prestan más atención a las noticias, que contamos sin cesar. 1 2 3. Infectados. Sospechosos. Muertos. Descartados por epidemiología. Cuántos nuevos contagiados. La curva. Sube o baja. Exponencial. El número de curados también se cuenta, pero se difunde bastante menos. Mortandad de 2%, mortandad de 3%, mortandad de 0,02%, no hay números suficientes para calcular, un contagiado infecta a 3 o a 2 o a 20. El ejecutivo de Unilever en el norte de Italia contagió a 400. Carmela, la diseñadora uruguaya que no hizo cuarentena y fue a un casamiento en Carrasco, contagió a 20. Como dice una de sus conocidas en el filtrado audio de Whattsapp: “contagió a un pueblo”. Son 400 los pasajeros del Buquebus que llegó al puerto de Buenos Aires con un joven infectado de coronavirus. ¿Cuántas camas hacen falta para ellos? ¿Cuánto subirá nuestro número actual de casos por esta circunstancia? ¿Qué pasa si no se aplana la curva?
No tengo la menor idea de lo que significa aplanar una curva ni a qué se refiere el término exponencial (en términos exactos, no de sentido común) ni sé cuándo un porcentaje es alto o no, porque lo ignoro todo de estadística y de matemáticas y diría de aritmética. Hay mucha gente como yo. Por lo tanto escuchamos 2% y nos parece poco, porque 2 es poco. Pero después nos explican la cantidad de personas que incluye ese porcentaje y nos parece muchísimo. Así que del alivio al pánico hay segundos. Los sitios web de medios, de organizaciones oficiales o no gubernamentales, de revistas, de publicaciones serias, de publicaciones que cuentan por joder, todos tienen su contador coronavirus en alguna parte. Algunos con un diseño bien claro y clásico: infectados arriba, muertos debajo (en rojo), algunos ofrecen el alivio de los curados (en verde). También hay rankings de países: hoy, mientras escribo esto, Italia acaba de “pasar” a China en número de muertos, un Mundial macabro en el que se espera la perfomance de España y, una vez más, Alemania sorprende: están en el 5° puesto del ranking de los infectados, con casi 14 mil, pero solo tienen 42 muertos por complicaciones del coronavirus. ¿Son más inmunes los alemanes? ¿Es el sistema de salud? ¿Consiguieron tratamiento efectivo?
Recuerdo que en los primeros días de la pandemia alguien que sonaba sensato –sospecho que era un médico, no puedo asegurarlo– dijo que era contraproducente contar y le dijeron ah qué bien, sonrisa y a buscar más cifras. ¡Si hasta el virus tiene número, 19, por el año de su aparición!
A por más cifras entonces, que la adicción es muy sensual y muy peligrosa. También es delicioso repetir palabras nuevas y sentir una expertise inexistente. Tests, entonces. ¿Cuánta gente testeó Corea? 10.000 por día. ¿Lo tienen controlado? No del todo, pero aún no recurrieron a una cuarentena, por ejemplo. Si no testeamos 10.000 por día, ¿estamos haciendo todo mal? ¿Cuántos kits de tests hay que tener? Corea compró desde enero. ¿Nosotros compramos? Si es así, ¿cuántos? Cunden los números. Son 10 los laboratorios que podrían hacerlo. Son 100. No, es solo el Malbrán. Hay cuello de botella en el Malbrán. Se testean todos los que llegan. Hay capacidad para testear 1000 por día. No, eso es mentira. Está centralizado, hay que descentralizar, ¿cuántos se descartan por epidemiología? ¿Qué quiere decir eso exactamente?
Aclaro lo obvio: algunos de los números de estas reflexiones a mano alzada no están chequeados, son aproximados o ilustrativos. Esta no es una nota informativa. Es un texto sencillo para ayudarme a pensar por qué canto todo el día una canción sobre muerte y números hasta la rumiación; por qué me niego durante un rato a buscar cifras pero después no puedo evitarlo y googleo “Holanda muertes coronavirus” no porque conozca a alguien en Holanda, ni porque el número de decesos me sirva para algo sino sencillamente porque aún no escuché ese número y me interesa, como me interesa el de Surinam y el de Mongolia, porque estoy aterrorizada por cifras que no comprendo y al mismo tiempo creo que van a tranquilizarme o espero que lo hagan, porque es mejor saber. ¿Es mejor saber? ¿Qué sabemos?
Otra desesperación: el conteo de los números de la cuarentena. No me refiero a la que estamos transitando ahora, de la que sabemos perfecto que comenzó el 20 de marzo. Hablo de las personales: por ejemplo, las de aquellos en contacto con alguien diagnosticado con la enfermedad. 14 días, ¿desde cuándo? ¿Desde ver a la persona? ¿Y si hizo síntomas al día 5, qué se hace con los días anteriores? Se pierden, se desvanecen en una nube de posibles contagios y miedo, o de no recordar a cuántos supermercados se fue, cuánta gente había en el cajero, cuántos subtes se tomaron esos cinco días, cuántos alumnos había en la clase, cuántas personas adentro del supermercado, cuántas veces tocamos el escritorio del primo del que viajó a Italia (¿Cuánta gente viaja a Italia? Parece demasiada, ¿no?). A eso en Singapur, me dice una amiga que vive allá, se lo llama “contact tracing”. ¿Hacemos contact tracing? Es confuso.
Ah: y la cantidad de personas entre uno mismo y el infectado. Los 6 grados de separación. Caso imaginado: en mi oficina el lunes llega Empleada X y cuenta que el domingo estuvo en cumpleaños con tío que vino de España. Digamos 30 personas. Tío se despertó de la resaca con fiebre y tos, llamó al 107 (otro número), dio positivo. Empleada X se pone en cuarentena. ¿Y los otros de la oficina? Hasta que ella no tenga síntomas, no tiene que hacerlo. ¿Cuándo va a tenerlos Empleada X? Empieza otro pánico numérico: la espera. ¿Cuándo empiezan los síntomas? Día 1 no. Día 2 quizá. Muy probablemente día 5. Si pasó el día 10 no estoy fuera de peligro pero, ¿es posible imaginar la tranquilidad? ¿O hay casos del día 14? Se cuenta con los dedos. Los dedos de una mano son el pico del pánico. Promedio de contagio, 5º día. Si se pasa a la otra mano, sigue el riesgo pero cuando se terminan los otros 5 dedos, baja la tensión. ¿Es así?
El 14 como meta, límite, alivio, ver el sol.
La televisión habla de la cantidad de respiradores. En redes gritan: en Pinamar hay uno solo, los turistas están locos si quieren escapar. El 80% de la camas de terapia intensiva están ocupadas ahora. En Twitter alguien dice: “si supieran cuántos respiradores hay, se cagan encima. Quédense en casa”. Le preguntan cuántos, cuántos, cuántos. Ese número preciado, el número del destino, el que dispone si la gente morirá en pasillos y guardias o en una cama. O en su casa. Lo escatima, quizá por desconocerlo, quizá por sadismo. Por supuesto busco el dato online. Una nota de Infobae me dice: “De acuerdo al sistema integrado de información sanitaria del Ministerio de Salud de la Nación (del 2018), Argentina tiene 4,5 camas de internación por cada mil habitantes. La mayor cantidad de plazas están en la Capital Federal (7,1 por mil) y las provincias de Córdoba (5,9) y Buenos Aires (5). Menos que las 8 a 10 por habitante que recomienda la OMS.”. Saboreo ese “menos que las 8 por 10” aunque no sé si serán 7 por 10 o 1 por 10 porque no sé hacer cuentas; lo saboreo hasta el ataque de pánico y, con el llanto, empiezo a sentir dolor de garganta, al tiempo que el rubor de las mejillas se me antoja fiebre alta.
- No, en un rato.
No hay límite para el tallado del miedo que causan los números. El tiempo que vive el virus en superficies, por ejemplo. Leí todo tipo de cifras sobre esto y una sola conclusión: vive muchos días en todas partes. Si ya se adhirió a mi celular, es tarde. No hace tantos días que empecé a desinfectarlo. Hace 7. ¿O hace 8, cuando me asustó la cifra de muertos de Italia? ¿O me relajé cuando China anunció el día de contagio 0?
Cuántos habrá, además, que prefieren no desinfectar el celular porque podría arruinarse y quedar incomunicado es una posibilidad inmediata que, también, da mucho miedo.
1 2 3. Es tan fácil como el abecedario.
Acaba de entrar a mi teléfono el mensaje de una amiga. Me dice: pasamos la barrera de 100 infectados pero no dicen que son 21 los curados y si a eso le sumanos los tres muertos, ¿no serían menos?
Menos. Desear menos.
Entra otro mensaje. Esto recién empieza, anuncia. Estas medidas no van a hacer bajar los números, los van a contener.
Mi edad, pienso. Si esto no termina pronto, voy a entrar en esa columna donde ya se está en grupo de riesgo por años vividos (creo que no tengo comorbilidades, pero eso puede durar lo que dura la salud, que puede ser poco. O puede ser mucho, como el proverbial tío que fumó 2 atados de 20 durante 80 años y murió a los 89 atropellado por una moto). Busco un estudio sobre casos chinos (ahora me suena en la cabeza la expresión “tasas chinas” y en rato la canción “Tazas de té chino”). 0-9 años: 0%. 10-19: 0,2%. 20-29: 0,2%. 30-39: 0,2%. 40-49: 0,4%. 50-59: 1,3%. 60-69: 3,6%. 70-79: 8%. 80 o más: 14,8%. ¿0,4 es mucho o es poco? Necesito saber si esto puede cambiar o está escrito en piedra. Encuentro 10 artículos con porcentajes diferentes y que me explican precisiones de la estadística que no entiendo. Además debe depender del paciente, supongo, como siempre, como en cada caso, uno por uno. En la televisión, un experto dice que se cuenta mal. Que tiene más letalidad que la gripe. Otro le dice que no. También fue presentado como experto. No quieren pelear, para llevar tranquilidad, pero no están de acuerdo.
Yo no sé dividir por dos cifras. Podría tomarme estos días para aprender, me digo. Sucede que no puedo concentrarme. Sucede que no quiero ser lo que (también) soy: un número.
Uno dos tres.
Mariana Enriquez nació en 1973 en Buenos Aires. Es licenciada en Periodismo y Comunicación Social, subeditora del suplemento Radar del diario Página/12 y docente en la Universidad Nacional de La Plata. Publicó las novelas Bajar es lo peor (Espasa Calpe, 1995- Galerna, 2013), Cómo desaparecer completamente (Emecé, 2004) y Este es el mar (Random House, 2017), las colecciones de cuentos Los peligros de fumar en la cama (Emecé, 2009-Anagrama 2017), y Las cosas que perdimos en el fuego (Anagrama, 2016), la nouvelle Chicos que vuelven (Eduvim, 2010), los relatos de viajes Alguien camina sobre tu tumba. Mis viajes a cementerios (Galerna, 2013), el perfil La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo (Ediciones UDP, Chile, 2014) y el libro ilustrado Ese verano a oscuras (Páginas de espuma). Su libro Las cosas que perdimos en el fuego fue traducido a 22 idiomas y recibió el premio Ciutat de Barcelona a mejor obra en lengua castellana. En noviembre de 2019 su novela Nuestra parte de noche recibió el Premio Herralde.
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