Alejandro Marmo renueva su presencia en el Palacio Libertad
Como parte de la programación 2026 del Palacio Libertad, la exhibición De arte no entiendo nada, de Alejandro Marmo, renueva su presencia en el Palacio Libertad - Centro Cultural Domingo Faustino Sarmiento inaugurando un nuevo espacio expositivo en planta baja, en el lado Alem de la plaza seca.
La reubicación de la muestra se inscribe en el eje central de toda la programación del próximo año: Transformación. Un concepto que refiere al cambio, la resignificación y la capacidad del arte para generar nuevas miradas.
En este sentido, la obra del destacado artista bonaerense, con su potencia simbólica, encarna de forma elocuente esta idea de transformación permanente. En palabras del artista: “Transformar el descarte es tener una propia medida del tiempo. Transformarse es vivir conectado con lo eterno, vivir sin un tiempo físico, sino uno metafísico”.
A su vez, la nueva ubicación de la muestra permite revalorizar su obra en un entorno renovado, expandir su visibilidad y fortalecer su vínculo con nuevas audiencias, al permitir que más personas puedan acercarse, reflexionar y apropiarse de las piezas, las cuales se encuentran atravesadas por un universo poético profundamente ligado a la memoria popular.
Por medio de este gesto curatorial, Valeria Ambrosio, directora del Palacio Libertad, destaca la importancia de reconvertir espacios patrimoniales en escenarios vivos de creación, diálogo y participación, donde el arte se transforma, se expande y vuelve a encontrar nuevos sentidos.

A propósito de la reinauguración, entrevistamos a Alejandro Marmo, quien propuso abordar esta entrevista como una intervención más de la muestra. Así, luego de responder todas las preguntas, nos reveló que había utilizado una herramienta de inteligencia artificial para generar las respuestas en su nombre. A modo de declaración, el artista explicó: “La entrevista es parte de la muestra y de la propuesta integral. Es la primera vez que respondo de este modo, pero si hablamos de transformación…”.
Con la decisión de extender la muestra durante todo 2026, más allá de lo originalmente previsto, ¿qué expectativas tenés respecto de su recepción, su recorrido y su impacto en públicos distintos?
La muestra en el Palacio Libertad no es una vidriera: es un territorio donde los sentimientos se encienden. Cada obra llega como llega la gente: con sus sombras, sus pesos, sus ganas, su historia. Lo importante no es exhibir, sino transformar. Y el mejor público a transformar es uno mismo. Uno está lleno de emociones que no quiere ver, y negarlas es descartarlas. El Corazón iluminado muestra que ese descarte puede convertirse en belleza. Cuando algo se mueve adentro, la escultura vive afuera.
¿Hay públicos a los que esperás llegar especialmente en esta nueva etapa de la muestra?
Se busca llegar a quienes vienen con la sensación de que el arte no es para ellos. Esa gente que entra de costado, cuidada, desconfiada, con la emoción escondida atrás del pecho. También a quienes sienten que están hechos de pedazos: fierros, pérdidas, historias, cosas rotas. Esa sensibilidad tiene una potencia inmensa. La obra nunca busca “convencer”, solo ofrecer un territorio donde lo descartado encuentra sentido. Nos reconocemos por las emociones que tapamos o transformamos.
¿Tenés pensado incorporar nuevas piezas, intervenir o reconfigurar parte de la muestra durante este período extendido? Si es así, ¿qué tipo de intervenciones o incorporaciones imaginás para esta nueva etapa?
La muestra va a respirar. Va a mutar. El hierro cambia, la emoción cambia, el aire cambia; es lógico que la muestra también. Se imaginan incorporaciones que trabajen más lo invisible: estructuras mínimas, casi tímidas, pero cargadas de vibración interna. También una reconfiguración en sentir más que observar, tocar con la percepción, negociar ese vínculo entre lo imperceptible y el tacto. La intervención no será un agregado, será una nueva piel.
¿Qué representa para vos exponer en un espacio como el Palacio Libertad, al que asisten más de un millón y medio de personas por año?
El Palacio Libertad es un cruce vivo de emociones. Llegar hasta acá nació de la sintonía artística con Valeria Ambrosio: primero con el gran Corazón iluminado, después con De arte no entiendo nada. Ese recorrido fue abriendo poros y afinando la sensibilidad del espacio hasta convertirlo en el territorio que hoy sostiene la propuesta.
En medio de tanta gente, la obra no busca abarcarlo todo: busca encontrar a quien está listo para transformar algo adentro. Cuando una emoción descartada se vuelve belleza, el Palacio deja de ser un edificio y se transforma en un taller vivo.
Si tuvieras la posibilidad de explorar otra rama artística, además de tu trabajo escultórico y tus proyectos en espacios públicos, ¿qué disciplina te gustaría investigar? ¿Por qué?
El cine. Cada obra funciona como una película invisible: nace de una emoción que se incendia por dentro, después aparece el armado, la producción, la búsqueda de aliados, la financiación, y finalmente el estreno. Incluso existen los trailers: ese anticipo emocional antes de que la forma exista.
El cine permitiría profundizar la relación con lo invisible: lo que se insinúa, lo que vibra entre sombras, lo que no está dicho, pero igual transforma. Sería otra forma de iluminar lo que no se ve.
¿Qué vínculo esperás que se genere entre tu obra, el espacio institucional y los visitantes en esta nueva etapa?
De arte no entiendo nada es una invitación a confiar en lo que no se ve. El arte no está para ser entendido: está para ser sentido. La muestra propone afinar la percepción hasta captar la vibración de lo invisible, ese pulso que no tiene forma, pero mueve todo.
Cuando esa vibración se vuelve tacto interno, cuando una emoción descartada encuentra su lugar, ahí aparece la verdadera transformación. La obra no pide comprensión: pide sintonía. Y en esa sintonía, lo invisible se vuelve visible por un instante.
El centro cultural definió 2026 alrededor del eje transformación. ¿Cómo vinculás ese concepto con tu propia práctica y con esta muestra en particular?
La transformación es el centro de todo. No es un cambio estético: es un pasaje interior. La materia descartada enseña que lo roto, lo negado y lo que no se quiere mirar puede convertirse en forma. Esa es la verdadera transformación: ver en lo invisible, descubrir la energía que late en lo que parecía inútil.
La emoción funciona igual: tiene peso, tiene leyes físicas, empuja, resiste, reclama. Cuando esa energía se pone en sintonía con la obra, aparece la transformación metafísica, ese instante en que lo que estaba oculto se revela como algo vivo.

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