Episodio 3: “Las más o menos Distintas”, por Dani Umpi
Diarios - Mayo/Junio 2020 - Las Distintas en fuga
Diarios - Mayo/Junio 2020 - Las Distintas en fuga
¿Cuántas formas adquiere el aislamiento? ¿Dónde exactamente está la patria? Dani Umpi, que regresó a Uruguay en el episodio anterior, se incorpora a un grupo de compatriotas que a su vez pertenecen al gran universo de "Las Distintas". Pero la comunicación no es tan sencilla. Ni la distinción ni la cofradía gay son garantía de compañía.
Mi cuarentena cambió drásticamente al salir de Montevideo y aislarme en la casa en la playa de mi Amigo B y su grupo de Distintas. Yo ya las conocía. No tanto pero no importa. Si sos de acá, las ves y al toque les sacás la onda. En Montevideo las Distintas están junadas entre ellas. Más o menos todas se conocen con todas o se pueden hacer una idea de por dónde viene la mano. Todas raras y, si son de esta zona, más. La gente que vive en balnearios de la costa es casi que lo más interesante que hay. ¿Podré vivir yo así? ¿No? ¿Y por qué conozco a tantas?
Hoy hubo un poco de solcito. Ni loco me puse a hacer ejercicio con ellas pero me dieron ganas de acompañarlas a caminar, activar el sistema linfático y, de paso, pasar por el supermercado a comprar unos bidones de agua embolantes de acarrear. Les di una mano. Agarramos los tapabocas y estuvimos casi todo el camino barajando la idea de comprar también unos panchos para la noche. Fue una idea que tiré y anduvo bastante de acá para allá hasta que... nada. Estoy seguro de que les parece un asco comer panchos pero no lo admiten. Se ve que no les genero confianza. La van pateando. Algo que tienen estas Distintas es que no te dicen lo que piensan de un saque, sino que dan pequeñas dosis de información, gestos lentos, para hacerse entender. Entran en una nube de “sí pero no” hasta que hasta que hasta que hasta que hasta que... no. Estuvieron todo el camino “sí, panchos, sí, dale, claro, panchos, compramos panchos” y después, ya fue. No.
Mi cuarentena porteña fue estricta. Salir al supermercado, hacer la cola con distancia, regresar, pasarles lavandina a los productos, cocinar, comer y deprimirse. Uruguay está en una muy distinta. Un país muy de las Distintas. No sé bien con qué argumento comienzan las clases en unos días, como si nada. En el balneario, para ir al supermercado hay que atravesar un bosque de pinos, arena y bandejitas de espumaplast para alfajores. En Uruguay le dicen espumaplast al telgopor. Está lleno de perros y motos. Casi nos matan cuando descansamos frente al “complejo turístico”, como le dicen ellas a un centro de eventos - escuela de yoga y remo - guardería de botes - alquiler de cocheras, parrilleros, cabañas, canoas y kayaks, aparentemente abandonado pero con una chimenea humeante. Precioso lugar para cuarentenear aunque enfrente haya una casa prácticamente de vidrio, con dos camionetas custodiando la entrada de palmeritas recién plantadas y unos chongos bailando música electrónica al mango. “Acá están ATR. La cuarentena: olvidate”, dijeron antes de continuar hablando todo un asunto complicadísimo sobre la red vibratoria matriz de la luz. Me hago el que no entiende y anoto frases en mi libreta. Parece ser que los problemas son cuádruples y, para resolverlos, hay que redirigir las leyes de cada uno de sus planos, a saber: espiritual, mental, etérico-astral y físico. No les importa que anote sus frases, es más, hoy estaban fatales, parecía que todo lo decían por gusto. Se pusieron demasiado filosas y lúcidas en sus charlas entonces, claro, yo quedaba para atrás escribiendo. Tenía que correr a alcanzarlas cuando ya estaban hablando de otro tema o arengándose con la idea de alquilar unos kayaks, asunto en el que no me metí porque nunca me subí a uno y porque estaba medio enojado con lo de los panchos.
Vimos gente pescando con barbijos, me reí y me preguntaron “¿por qué te reís?”. Ahí pensé que había un poco de mala onda conmigo, que definitivamente no les caía bien, pero fue solo una paranoia leve, mía, porque después siguieron como si nada, preguntándome cosas de Buenos Aires onda “¿si salís a la calle sin permiso te multan?”, “¿y cómo saben si vas al supermercado o no? ¿te acompañan?”, “¿los de Rombay son famosos allá? tipo, ¿más que Natalia Oreiro?”. “Con el agua potable nunca se sabe”. “Con este asunto del médico de la tele recién se avivan de que hay que comer las bananas cuando están verdes”. Anoté un montón.
El arroyo estaba más crecido y pasaron varias motos de agua. El ruido que hacen es muy parecido al de una motosierra asesinando. “Esta gente no es de acá porque ponerse a hacer eso con el arroyo como está, es un peligro”. “¡Que no haya desaparecido la payita, por favaaaar!”. Eso último me volvió loco. La idea de que el agua se lleve una playa. Fuimos a ver la famosa playita y, parece que estaba pero más chiquita, que no se la habían llevado del todo. Vi un poco de arena. No entendí si eso era la playita. No quise preguntar. No me gusta la playa, no me gusta la arena, no me gusta lo agreste, no me gusta empezar a dar vueltas sin rumbo, tener que esperar, andar en grupo, esas cosas, pero ahora, en este momento del mundo es como si fuese lo más hermoso y libre. Algo que, tal vez, nunca jamás vuelva a hacer nadie. Soy un afortunado. Lástima que me parece que no les caigo bien a estas Distintas. En una teníamos que doblar pero seguimos de largo porque querían mostrarme el restaurante de playa inspirado en Game of Thrones. “Es re para vos”, dijeron.
El restaurante estaba lleno de gente, la mayoría con barbijos. Entramos y caminamos por el local poniendo cara de que no nos gustaba y haciéndonos las que buscábamos a alguien. No sé si me salió bien. En un momento nos preguntaron qué queríamos y una de Las Distintas empezó a sacar charla preguntando si tenían idea de si el “complejo turístico” estaba abierto o no. No quise entrar en esa y me fui a la terraza, donde había más gente comiendo con barbijos. Una pareja fumaba porro mirando el arroyo. Lo del porro totalmente normalizado me sigue sorprendiendo. Parece ser que alquilar esas cabañas sale catorce mil pesos el fin de semana. Un montón.
“Estuvo bien haber conocido a esta gente”. Retomamos el camino pero paramos un rato más bajo la escultura gigante de una tortuga hecha con materiales reciclables para la campaña “Mares Limpios”. No llegábamos más al supermercado y cuando lo hicimos había una cola larguísima con estricto distanciamiento social. Unos perros se pusieron a jugar con unos niños y pensé que estaba bueno para sacar una foto. Lo hice pero la borré inmediatamente después de ver las miradas acusadoras de Las Distintas sobre sus barbijos. Volví a sentirme juzgado.
Finalmente conseguimos los bidones de agua más una yerba con fucus adelgazante, menta y cola de caballo, muy para todo lo linfático. Regresamos a la casa y preparamos un cafecito para ver la tan comentada entrevista que le hizo ayer un español a Pepe Mujica. Según estas Distintas, Mujica está “más budista que nunca”. "Es el príncipe que sale del palacio a buscar la verdad". "Si yo fuese ese periodista le preguntaría ¿qué has aprendido? ¿qué has entendido? ¿qué has buscado?, todas las preguntas con has, que aproveche él, que es español”. Ni dejaron terminar el video para ponerse a charlar a full sobre los anales akashicos, momento en el que casi explota mi libretita. “¡Ay! ¡Nos olvidamos de tus panchitos!”. No pasa nada.
Me voy solo hasta la casilla del salvavidas municipal en la playa. Está cerrada, bien alta frente a un sol divino, dando una sombra helada. Las olas rugen como motos de agua. Me hundo en mi campera inflable con los pies descalzos. En la casilla hay un dibujo hecho con, no sé, pirograbado, con los puntos cardinales y me llama la atención porque recién había releído mis apuntes. “Hay que ajustar la brújula interna”. No recuerdo cuál Distinta lo dijo. Me quedé pensando un ratito hasta que recibí un mensaje de ellas en nuestro nuevo grupo de Whatsapp. “¿Nos podés pasar la foto que sacaste en el súper? La de los niños con el perro y la gente haciendo cola”. Respondí “No me gustó y la borré; lo siento, amis”. Miro nuevamente la brújula y pienso “los problemas cuádruples”. ¿Podré vivir yo así? “Si volvés a pasar por el súper traenos tabaco Cerrito que nos olvidamos y lo que necesites para la cena porque hoy te toca cocinar a vos. Acordate de que somos veganas”.
Dani Umpi es un artista uruguayo nacido en 1974. Reside entre Montevideo y Buenos Aires, y su creación se manifiesta en diferentes soportes, con especial hincapié en las tradiciones de la cultura queer. Como músico editó los discos Perfecto, Dramática (junto al guitarrista Adrián Soiza), Mormazo y Dani Umpi Piano. Vol I – Vol II (junto al pianista Álvaro Sánchez), Hijo único (junto a Sofía Oportot e Ignacio Redard y Lechiguanas. En el ámbito de la literatura es autor de las novelas Aún soltera, Miss Tacuarembó (llevada al cine por Martín Sastre en el 2010), Solo te quiero como amigo y Un poquito tarada; los libros de cuentos Niño rico con problemas y ¿A quién quiero engañar?; el libro de poemas La vueltita ridícula y el libro infantil El vestido de mamá, junto al ilustrador Rodrigo Moraes). Como artista visual cuenta con una obra presentada regularmente en Latinoamérica y Europa, y participó en la Bienal de São Paulo 2010 y en la Bienal de Montevideo en 2012.
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