1950, año sanmartiniano
En conmemoración por el 17 de agosto, el Centro Cultural Kirchner y el Archivo General de la Nación comparten un nuevo acercamiento a la historia de nuestro país a través de material de archivo.
El año 1950, decretado “Año del Libertador General San Martín” con motivo del centenario de la muerte del prócer, fue escenario de múltiples actos y desfiles a lo largo de todo el país, en homenaje a la figura y rol de San Martín en la historia nacional y americana. A setenta años de estos eventos, proponemos una lectura histórica articulada a través de las representaciones históricas del prócer.
El Libertador, sus representaciones y el legado
Una vida de San Martín –una pero enorme, diversa, con estaciones abruptas– acabó el 17 de agosto de 1850; otra se inició ese día, no menos enorme, diversa y abrupta. Esta nueva es la de memoria social que se entrelaza con la escritura de la historia, con cuadros y películas, con láminas y manuales escolares, con estatuas en plazas de todas las provincias de la Argentina. También con cada 17 de agosto.
Inexorablemente una y otra se reconocen pero también desencajan y friccionan. Porque la primera fue inmanencia, una fuerza lanzada hecha de decisiones fundamentales, pero también de contingencias y zonas más o menos nubosas incluso para su protagonista. Mientras que en casi todas las intervenciones que sobre San Martín se hicieron y se seguirán haciendo, que son como puntadas que se dan sobre un tejido, se le quiere asignar un sentido preciso y unívoco. Obligan a cerrar filas.
Una de estas principales intervenciones es la del monumento ecuestre que se colocó en lo que pasaría a ser la Plaza San Martín de la ciudad de Buenos Aires. Fue en el año 1862 –no hubo otro antes en lo que estaba empezando a ser el territorio argentino, un año después se inauguraría una en Chile– y señaló la reconciliación entre Buenos Aires y el héroe. Forzada, de los pelos, sin posibilidad de protesta. Porque hasta ese entonces esa relación más que fría había sido de animadversión, sobre todo con la Buenos Aires de los “vecinos respetables”. El libro de Bartolomé Mitre de 1887, Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana, indica otra puntada fundamental, y siete años antes había tenido lugar la repatriación de sus restos. Cada una de las pinturas y de los dibujos que aquí compartimos se inscriben en este mismo asunto, con la particularidad de que tres de ellos –el cuadro de Gil de Castro, la litografía de Núñez de Ibarra y el dibujo del sargento José Antonio Flores– fueron hechos durante la primera vida, antes incluso de que se escribiera sobre él ningún libro, ningún artículo. Algunos otros: el monumento al Ejército de los Andes en el Cerro de la Gloria de la ciudad de Mendoza inaugurado en 1914, el ensayo historiográfico de Ricardo Rojas El santo de la espada de 1933 y el “año sanmartiniano”…
Por ley del Congreso de la Nación se estableció que 1950, por ser el del centenario de su fallecimiento, iba a ser el “año del Libertador General San Martín”. Desde el 1 de enero hasta el último día de diciembre actos masivos y otros menudos, con estrictos protocolo o apenas preparados, se desparramaron por todo el país. Escuelas, departamentos en distintas provincias, plazas y también negocios fueron rebautizados en homenaje. En Jujuy se le puso su nombre a lo que hoy es una de sus ciudades más populosas, Libertador General San Martín. En Buenos Aires, a una de sus avenidas más distinguidas, la del Libertador. Toda institución pública, todo sindicato, toda empresa del Estado se abanderó durante ese año con su imagen. Fue un macizo.
¿De dónde nacía esta adhesión pareja y fervorosa? Se podría pensar que de densidad que ya revestía su segunda vida, de esa trama apretada de reconocimientos de la que ya hablamos. Por otra parte –aunque es mucho más que sólo eso–, era Perón quien gobernaba a la Argentina en 1950. Desde sus épocas de profesor en la Escuela Superior de Guerra se había interesado vivamente por “el gran capitán”, incluso había escrito sobre su campaña libertadora. La nueva Argentina que había nacido del 17 de octubre de 1945 quería colocarse en continuidad con San Martín, con su obra y sus ideas. Encontraba en el pasado ante todo unas huellas, las suyas.
¿Fue entonces sólo el arbitrio de Perón lo que encendió el fervor entusiasta que se vivió de punta a punta en 1950? Nunca nada ocurre en la historia por el capricho de una primera persona. Se sabe, además, que era esa una hora de efusiones masivas, de alegrías que se sostenían en los derechos sociales conquistados, también en el sufragio de las mujeres que era ley desde 1947. La melancolía y la pesadumbre que hasta hace poco tiempo parecía una sola cosa, si no con el carácter argentino, con el porteño, por fin se disipaban. El gobierno de Perón apostaba sus fichas a poner a la Argentina de pie y a hacerlo con el protagonismo de las clases populares, de los trabajadores. Apenas unos meses antes, en octubre de 1949, la marcha peronista se había cantado por primera vez en la Plaza de Mayo –con tropiezos, pues se la desconocía–, y en ella sólo hay lugar para San Martín. Es mucho más lo que la recorre pero se elige que sea un solo nombre propio el que convive con Perón, el primer trabajador.
Los momentos cúlmines del año sanmartiniano fueron dos: los días que rodearon al 17 de agosto y los últimos días de diciembre. El 17 de agosto un gran desfile militar fue acompañado por un gran público. Así las cosas, parecería no desentonar con lo que se podría esperar de cualquier gobierno. A través de los locutores de los noticieros fílmicos de la época nos llega como una de las expresiones que más se utilizan la de la “fe americanista”. San Martín es la Argentina –la nueva Argentina– y también es una posición ante Sudamérica. Su proyecto precisa para realizarse enlazar a un continente americano que quiere ser soberano. Abundan imágenes de esa celebración en las que el centro lo ocupa una campana, la campana de Huaura, que simboliza la libertad alcanzada por Perú en 1821 y que tuvo como protagonista a San Martín. El acento se pone en esta dimensión de su obra política y militar.
El cierre de los actos tuvo lugar en la ciudad de Mendoza, por todo lo que ligó a San Martín con Cuyo. También hubo desfiles, se descubrieron placas y dejaron ofrendas. Se celebró el Congreso Nacional de Historia del Libertador General San Martín y, como paso final, en el anfiteatro del Cerro de la Gloria, ante una multitud, se interpretó el Canto a San Martín o Cantata sanmartiniana, cuya música había sido compuesta por Julio Perceval y la letra escrita por Leopoldo Marechal. En un pasaje de la misma que no pasa desapercibido San Martín es nombrado como “obrero de la espada”. El desplazamiento es evidente: de “santo” a “obrero” queda tendido otro de los filamentos que hicieron que esta celebración no fuera cualquier otra.
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